Sancho Panza (Monument to Miguel de Cervantes, Plaza de España, Madrid, 1929 - detail) |
Fame, the great temptation of earthly glory - even if only imaginary fame, even if infamy in fact. That seems enough for Sancho Panza, in the dialogue below from the second (1615) tome of the Quixote, but the caballero de la triste figura reminds him that there are higher kinds of fame and glory, in sainthood and... chivalry, what else?
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– ... Pero digan lo que quisieren; que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; aunque, por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que quisieren. –Eso me parece, Sancho –dijo don Quijote–, a lo que sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta, diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira, y la pusiese en el ensanche; si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame. También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y, aunque se mandó que nadie le nombrase, ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato. También alude a esto lo que sucedió al grande emperador Carlo Quinto con un caballero en Roma. Quiso ver el emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la antigüedad se llamó el templo de todos los dioses, y ahora, con mejor vocación, se llama de todos los santos, y es el edificio que más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad en Roma, y es el que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir, claraboya redonda que está en su cima, desde la cual mirando el emperador el edificio, estaba con él y a su lado un caballero romano, declarándole los primores y sutilezas de aquella gran máquina ymemorable arquitetura; y, habiéndose quitado de la claraboya, dijo al emperador: ‘‘Mil veces, Sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el mundo’’. ‘‘Yo os agradezco –respondió el emperador– el no haber puesto tan mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis a hacer prueba de vuestra lealtad; y así, os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere’’. Y, tras estas palabras, le hizo una gran merced. Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera. ¿Quién piensas tú que arrojó a Horacio del puente abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tibre? ¿Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? ¿Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién, contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y, con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado. Así, ¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana, que profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la lujuria y lascivia, en la lealtad que guardamos a las que hemos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pereza, con andar por todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros. Ves aquí, Sancho, los medios por donde se alcanzan los estremos de alabanzas que consigo trae la buena fama. |
–... But let them say what they like; naked was I born, naked I find myself, I neither lose nor gain; nay, while I see myself put into a book and passed on from hand to hand over the world, I don't care a fig, let them say what they like of me.
–That, Sancho, –returned Don Quixote,– reminds me of what happened to a famous poet of our own day, who, having written a bitter satire against all the courtesan ladies, did not insert or name in it a certain lady of whom it was questionable whether she was one or not. She, seeing she was not in the list of the poet, asked him what he had seen in her that he did not include her in the number of the others, telling him he must add to his satire and put her in the new part, or else look out for the consequences. The poet did as she bade him, and left her without a shred of reputation, and she was satisfied by getting fame though it was infamy. In keeping with this is what they relate of that shepherd who set fire to the famous temple of Diana, by repute one of the seven wonders of the world, and burned it with the sole object of making his name live in after ages; and, though it was forbidden to name him, or mention his name by word of mouth or in writing, lest the object of his ambition should be attained, nevertheless it became known that he was called Erostratus. And something of the same sort is what happened in the case of the great emperor Charles V and a gentleman in Rome. The emperor was anxious to see that famous temple of the Rotunda, called in ancient times the temple 'of all the gods,' but now-a-days, by a better nomenclature, 'of all the saints,' which is the best preserved building of all those of pagan construction in Rome, and the one which best sustains the reputation of mighty works and magnificence of its founders. It is in the form of a half orange, of enormous dimensions, and well lighted, though no light penetrates it save that which is admitted by a window, or rather round skylight, at the top; and it was from this that the emperor examined the building. A Roman gentleman stood by his side and explained to him the skilful construction and ingenuity of the vast fabric and its wonderful architecture, and when they had left the skylight he said to the emperor, 'A thousand times, your Sacred Majesty, the impulse came upon me to seize your Majesty in my arms and fling myself down from yonder skylight, so as to leave behind me in the world a name that would last for ever.' 'I am thankful to you for not carrying such an evil thought into effect,' said the emperor, 'and I shall give you no opportunity in future of again putting your loyalty to the test; and I therefore forbid you ever to speak to me or to be where I am; and he followed up these words by bestowing a liberal bounty upon him. My meaning is, Sancho, that the desire of acquiring fame is a very powerful motive. What, thinkest thou, was it that flung Horatius in full armour down from the bridge into the depths of the Tiber? What burned the hand and arm of Mutius? What impelled Curtius to plunge into the deep burning gulf that opened in the midst of Rome? What, in opposition to all the omens that declared against him, made Julius Caesar cross the Rubicon? And to come to more modern examples, what scuttled the ships, and left stranded and cut off the gallant Spaniards under the command of the most courteous Cortes in the New World? All these and a variety of other great exploits are, were and will be, the work of fame that mortals desire as a reward and a portion of the immortality their famous deeds deserve; though we Catholic Christians and knights-errant look more to that future glory that is everlasting in the ethereal regions of heaven than to the vanity of the fame that is to be acquired in this present transitory life; a fame that, however long it may last, must after all end with the world itself, which has its own appointed end. So that, O Sancho, in what we do we must not overpass the bounds which the Christian religion we profess has assigned to us. We have to slay pride in giants, envy by generosity and nobleness of heart, anger by calmness of demeanour and equanimity, gluttony and sloth by the spareness of our diet and the length of our vigils, lust and lewdness by the loyalty we preserve to those whom we have made the mistresses of our thoughts, indolence by traversing the world in all directions seeking opportunities of making ourselves, besides Christians, famous knights. Such, Sancho, are the means by which we reach those extremes of praise that fair fame carries with it.
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Miguel de Cervantes Saavedra
Don Quijote (Don Quixote)
(II, viii)